La [niña] doctora visita a las personas [niños y niñas] que llegan a la consulta, recomienda, por ejemplo, si las enfermeras deben tomar la presión o poner una inyección. También extiende recetas de los medicamentos a tomar.
En los primeros días que practicábamos en el hospital, se daban unas lloraderas con las jeringas… –recuerda Cristina.
Una vez salen de la consulta, las personas van a comprar su medicamento a nuestra farmacia.
En el puesto de vacunas se administran éstas a quien lo precisa.
Nos preguntamos por la razón de la inquietud de los niños y niñas que en la “sala de espera” de nuestro hospital aguardan a ser atendidos. De buen seguro que no es debido al temor por las “exploraciones” que les van a efectuar, el “diagnóstico” que va emitir el “personal médico” o los “tratamientos” que les van a administrar o recomendar. Como afirma Irayda, seguramente están inquietos porque no hallan qué hacer.
Nos reafirmamos en la idea que en cada salón debemos instalar suficientes “ambientes” para que niños y niñas se puedan distribuir en ellos sin aglomeraciones, en una proporción de cuatro a seis niñas y niños por ambiente de modo que todos y todas hallen qué hacer.
Constatamos que parece buena idea, en un primer momento acompañar a niños y niñas en el proceso de hacerse con cada “ambiente”, de saber qué hacer en ellos y cómo. Sin embargo es muy importante que gradualmente les vayamos cediendo protagonismo y autonomía de actividad.
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